lunes, 9 de abril de 2018

Como el pianista del Titanic

 Tal como le vienen rodando las cosas, no es el que PP se las prometiera muy felices al convocar la clásica convención propagandística celebrada el pasado fin de semana en Sevilla. Pero visto el fatídico influjo de la Ley de Murphy, los estrategas de la calle Génova se daban con un canto en los dientes si el sarao sevillano suponía un punto de inflexión en la nefasta racha acumulada desde el pasado 21 de diciembre, fecha del descalabro electoral sufrido a manos tanto de Inés Arrimadas y Ciudadanos como del independentismo catalán.


 Pues ni por esas. En vísperas sufrían los populares dos nuevos reveses, a cual más difícil de encajar. Uno, la decisión de la Justicia alemana de poner en libertad a Puigdemont y no extraditarlo por el delito de rebelión. Todo un varapalo que echaba abajo el supuesto éxito de los espías del CNI que habían propiciado la detención del ex “molto honorable” en suelo alemán.
Alfonso Fernández Mañueco y Cristina Cifuentes
 Casi todo el gozo en un pozo. No se olvide además la derivada de que Mariano Rajoy necesita que haya gobierno cuanto antes en Cataluña para levantar el artículo 155 y que el PNV se avenga a facilitar la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado. Y el margen de maniobra recuperado por Puigdemont no favorece precisamente la rápida investidura de un nuevo president.

Y el otro revés era la trapisonda descubierta alrededor del fantasmal master obtenido en su día por la presidenta de la Comunidad y del PP de Madrid, Cristina Cifuentes, cuya patética resistencia a reconocer la verdad y dimitir ha lastrado por completo el cónclave de Sevilla. “Es un tema anecdótico que no se va a colar en la convención”, vaticinaba un día antes, con la perspicacia que le caracteriza, Francisco Vázquez, el secretario autonómico del PP. Y no es que se colara, es que no se ha hablado prácticamente de otra cosa durante el finde sevillano.

 De otro lado, no se puede decir que ni el presidente del gobierno zombi, Juan Vicente Herrera, ni los nueve provinciales del PP le hayan hecho un gran favor al presidente autonómico del partido al salir en tromba en Sevilla apoyando a Alfonso Fernández Mañueco como futuro candidato a la presidencia de la Junta. Si ello era algo absolutamente cantado, empeñarse en subrayarlo lo único que consigue es dar pábulo a la duda. 
Y en el caso concreto de Herrera, en lugar de un apoyo testimonial completamente innecesario, si es que no contraproducente, ya le indicó su antecesor, Juan José Lucas, cual era el mejor servicio que podía prestarle a Mañueco: dar por finiquitada a la mayor brevedad posible su etapa en la presidencia de la Junta -17 años de “herrerato” ya han sido bastantes- y permitir así la investidura del actual presidente de su partido y candidato in péctore  a sucederle en el Colegio de la Asunción.

Silvia Clemente y Francisco Vázquez
Por lo demás, frente a la impasibilidad general que transmite el aparato del PP, propia de la del pianista del Titanic,  en Castilla y León hay quien no duda en expresar su inquietud ante la falta de reacción del partido. Así cabe interpretar las recientes declaraciones de la presidenta de las Cortes, Silvia Clemente, echando en falta una mayor diligencia para explicar la gestión de gobierno y un mayor contacto ciudadano para atender las demandas sociales. “No basta con hacer política solo desde los despachos”, ha dicho Clemente, a la sazón encargada de elaborar el programa electoral con el que el PP de Castilla y León concurrirá a los comicios de 2019.

Ciudadanos, a por todas.-  Entretanto, el diario “El País” publicaba ayer otro sondeo realizado por Metroscopia que no sólo confirma sino que agudiza el desplome electoral del PP, al que en unas hipotéticas elecciones generales atribuye una intención de voto del 20,4, mas de 7 puntos por debajo que la otorgada a Ciudadanos, que obtendría un 28,7 por ciento. Al igual que el publicado una semana antes por “El Mundo”, el sondeo constata el retroceso socialista (3,6 puntos por debajo de su resultado real del 22,7 %  en las elecciones de junio de 2016) y la paulatina recuperación de Podemos, que, con un 18,3 por ciento (1,8 puntos menos que en dichos comicios) pisa los talones al PSOE.

 Subido a la cresta del oleaje demoscópico se presentó el pasado jueves Albert Rivera en León para postular a Ciudadanos como alternativa de gobierno en Castilla y León, no solo en la Junta sino también en los principales ayuntamientos. Cierto es que, a tenor de esas encuestas, la formación naranja disputaría al PP la hegemonía política en esta comunidad en unos eventuales comicios generales. Pero la cosa puede cambiar si se trata de elecciones autonómicas y municipales.  Ahí, a expensas de la nueva afiliación de los oportunistas siempre dispuestos a acudir en socorro del vencedor, el partido sigue teniendo el handicap de su incipiente implantación territorial. 


Albert Rivera el pasado jueves en León
“Ciudadanos en León sólo es un cartel naranja y una foto de de Rivera”, ha dicho al respecto el presidente del PP leonés, Juan Martínez Majó. Y hoy por hoy no le falta razón. La cifra real de afiliados sigue siendo bastante reducida y, si bien tiene la llave de los ayuntamientos de cinco capitales y de la Diputación de Valladolid, su número de concejales y alcaldes está a años luz tanto del PP como del PSOE. Y a nadie se le oculta el efecto arrastre que tienen las candidaturas municipales sobre los resultados de las elecciones autonómicas, ya que, al celebrarse el mismo día, son amplia mayoría los electores que cogen las dos papeletas del mismo partido.

 En consecuencia, no son extrapolables al ámbito autonómico y municipal las expectativas de voto de unos sondeos centrados en unas eventuales elecciones generales. Y ese es el problema que tienen tanto Ciudadanos como Podemos, dos fuerzas emergentes que, a un año de las próximas municipales y autonómicas, apenas cuentan con presencia en el vasto medio rural de Castilla y León. Y al partido naranja, que podría tenerlo más fácil, no le ayuda mucho en ese empeño su propuesta de suprimir las Diputaciones provinciales, que, gusten o no, siguen constituyendo un soporte fundamental para los miles de pequeños municipios que conforman la estructura territorial de esa comunidad.

 Sobre todo si el partido que aboga por su supresión no explica cual es la alternativa que propone en su lugar, limitándose a descalificarlas con declaraciones del tenor de las realizadas por el propio Rivera en su reseñada visita a León, donde afirmó que “los pueblos mejoran con empleo, no con enchufados en las Diputaciones”. A propósito, cabe preguntarse si en este último apartado incluye el líder naranja al personal eventual designado por su partido al servicio de los diputados de Ciudadanos en las corporaciones provinciales en las que dispone de  representación. ¿O es que acaso ocupan esos puestos en atención a los principios de igualdad, mérito y capacidad?