Cuentan
algunas crónicas que la nutrida parroquia -entre 600 y 800 asistentes, según
los medios- que el otro día arropó en Burgos a Ortega Smith, el secretario general de Vox, exhibió banderas
tuneadas con la efigie ecuestre de El Cid. Nada de particular después de haber visto a su
líder, Santiago Abascal, cabalgando a caballo para iniciar la “reconquista” desde Andalucía, donde la ultraderecha rampante
ha propuesto además sustituir la fiesta del 28 de octubre, conmemorativa del
referéndum en el que los andaluces se ganaron el derecho a una Autonomía de
primera, por el 2 de enero, fecha en la que se conmemora la toma de Granada por
los Reyes Católicos. Santiago y cierra España.
José María Aznar evocando a El Cid |
Pero lo cierto es que, tras refundar el
partido, en 1996 Aznar consiguió poner fin al dilatado mandato de Felipe González, devolviendo el
gobierno a la derecha patria. Aparte del manifiesto deterioro del felipismo,
que aún así gozó de una inesperada y agónica prórroga en 1993, su victoria no
habría sido posible sin haber conseguido aglutinar en su partido el voto de
casi todo el espectro situado a la derecha del PSOE, desde el grueso de los
antiguos votantes de UCD y CDS a los nostálgicos del franquismo que, agrupados
en Fuerza Nueva, no se comían un rosco en las urnas.
Dos décadas después, deconstruida en las urnas
aquella reunificación, Aznar, desde su despacho de FAES (acrónimo que se
corresponde con FAlange ESpañola, otra causalidad) dirige con
el mando a distancia otra vez las operaciones. Su discípulo Pablo Casado sigue al pie de la letra
las instrucciones. Por ahora, mientras salgan las cuentas y las tres patas
apoyen el mismo trípode, como acaba de ocurrir en Andalucía, lo de menos es la
reunificación. Todo lo contrario: Desmintiendo lo que siempre se había creído,
la derecha suma más separada en tres opciones de lo que conseguiría agrupada en
una sola.
Pablo Casado y José María Aznar |
Que le hayan salido las cuentas en Andalucía
no quiere decir que le vayan a seguir saliendo en los nuevos frentes que se avecinan.. En primer lugar porque el
electorado de izquierda que se abstuvo el 2-D sin sospechar que la derecha
podía sumar mayoría absoluta, ya ha quedado vacunado para futuras elecciones. Y
en segundo lugar porque, de mantener su actual rumbo, el PP corre serio riesgo
de verse emparedado entre Ciudadanos y Vox dejando de ser la fuerza más votada en
ese espectro. Lo cierto es que Ciudadanos le sigue pisando los talones en los
sondeos y las expectativas de Vox se están disparando en toda España a costa
mayormente (alrededor de un 70 por ciento) de arrebatar votantes al PP.
Mientras los de Albert Rivera tratan desesperadamente de no verse contaminados por
su vergonzante convergencia con Vox, el PP ha optado por disputarle sin ningún
complejo las banderas enarboladas por la nueva ultraderecha de corte populsta. Al fin y al cabo
el partido de Abascal no deja de ser una escisión del sector más reaccionario, confesional y
nostálgico del franquismo, aquel que Aznar incorporó procedente de Fuerza Nueva.
A Casado, criado a la vez a los pechos de Esperanza
Aguirre, no se le percibe nada incómodo asumiendo esa estrategia, que no
comparten muchos entre sus propias filas, conocedores de que siempre ha sido el
electorado considerado de centro el que ha decantado la balanza electoral.
Esperanza Aguirre y Santiago Abascal |
Es evidente que el “procés” catalán ha
desestabilizado hacia la derecha el centro de gravedad de la política española,
pero antes o después ese fenómeno remitirá. Y esa estrategia de achicarle el
espacio a Vox a base de invadirlo puede resultar doblemente contraproducente.
De un lado, al espantar al elector más moderado: de otro, si, como suele
ocurrir, el votante a captar al final prefiere el original antes que la copia. Y
ya ha habido voces en el PP, como la de Alberto Núñez Feijoóo, que han advertido de ello. Incluso el casadista Juan
Vicente Herrera, ha tenido que desmarcarse en lo referente a la posible recentralización
de las competencias autonómicas.
De momento, sin prevenirse contra su
toxicidad, el PP de Casado está consiguiendo blanquear los postulados
ultramontanos de Vox. “Prefiero pactar con el partido de Ortega Lara que con el
de Otegui”, repiten con frecuencia sospechosa de argumentario distribuido desde
la calle Génova muchos dirigentes populares, otorgando carta de naturaleza
constitucional a una formación que defiende principios claramente
preconstitucionales. Y todo ello está distorsionando la política española hasta
el punto de que un partido que a fecha de hoy no dispone de representación en
las Cortes Generales, está marcando ya la agenda. Como bien ha apuntado el
periodista palentino Isaías Lafuente,el problema no está siendo tanto Vox
como ese temerario cortoplacismo al que se ha abonado Casado.