Visto
el cuadro político que rodea hoy a Mariano
Rajoy, atrapado en la ciénaga de corrupción en la que se halla sumergido el
Partido Popular, hay que convenir que no carecía de fundamento aquel sonoro
consejo que se permitió darle Juan Vicente Herrera, cuando dos días después de
las elecciones municipales y autonómicas de mayo, recomendó al
presidente nacional de su partido que se mirara al espejo. Aquello se
interpretó como una sugerencia de que diera un paso atrás o se echara a un
lado, dejando paso libre a otro candidato a la presidencia del Gobierno que,
sin tanto rechazo externo e hipoteca interna (véase la que acaba de hacer valer
Rita Barberá) intentara salvar los
muebles e impulsara una verdadera regeneración en el PP.
Bien es verdad que Herrera no era precisamente
el más indicado para recetar ese consejo. De haber tenido la coherencia de
aplicárselo a sí mismo, después de 14 años, 14, presidiendo la Junta, no se habría
presentado por quinta vez a la reelección.
El espejo le hubiera mostrado un candidato con abultada mochila que pedía a gritos su relevo. Pero se presentó, aunque solo fuera con el
propósito de dirigir y tutelar su sucesión desde una nueva mayoría absoluta que
él daba por descontada. El estupor que le produjo no conseguirla quedó plasmado
la noche electoral en esas patéticas imágenes que protagonizó deambulando por
los pasillos de la sede regional del PP.
Juan Vicente Herrera |
Tras la insólita
amenaza de espantada producto de aquel “shock”, Herrera se encontró con un
generoso aliado, Ciudadanos, dispuesto a dejarle gobernar tal cual como si
hubiera renovado su mayoría absoluta. Y prácticamente a cambio de nada. Desde
luego a nada que comportara el menor gesto efectivo de ejemplaridad en materia
de regeneración democrática, la bandera enarbolada por el partido de Albert Rivera frente a la corrupción y
degeneración del sistema.
Desde que empezó a salpicar a su gobierno,
Juan Vicente Herrera se ha dado muchos golpes de pecho ante la corrupción, pero no ha tomado una sola medida directa
y contundente contra la misma. Jamás ha apartado de su puesto a ninguno de los
altos cargos incursos en causas judiciales de esa naturaleza. Se suponía que
ello iba a ser una exigencia ineludible para que Ciudadanos permitiera su
investidura, tal como ocurrió con la de Cristina
Cifuentes en Madrid, que comportó
las dimisiones de Salvador Victoria
y Lucía Figar, los dos consejeros
imputados en la operación Púnica.
Pero no fue
así y, tras ser investido, Herrera ha mantenido en su gobierno a los seis altos
cargos de la Junta ,
seis, investigados (así han pasado a denominarse ahora los imputados) en el
procedimiento instado por la Fiscalía
Anticorrupción que sigue el Juzgado nº 2 de Valladolid sobre
las truculentas operaciones inmobiliarias que rodean a la “Perla Negra”, el edificio
de la consejería de Economía en Arroyo de la Encomienda , y a los
terrenos comprados con destino a un inexistente parque empresarial en Portillo.
Y la cosa no ha quedado ahí, ya que, cinco meses después de que tanto la Fiscalía como el Juzgado
ofrecieran a la Junta
su personación como parte afectada en la causa, el gobierno Herrera sigue sin
hacerlo, inhibiéndose de actuar contra el presunto quebranto (varias decenas de
millones de euros) causado a las arcas de la Comunidad por las
operaciones investigadas.
Con esa
barra libre concedida por el cheque en blanco de Ciudadanos, el grupo popular
se ha dedicado además a obstruir sin ningún rubor el trabajo de las dos
comisiones parlamentarias de investigación (escándalo de la trama eólica y
astronómico sobrecoste del Hospital de Burgos), que, al no disponer ya de
mayoría absoluta, no pudo evitar. Pero el grado de impostura tiene un límite y
el PP de Herrera creía que no lo iba a rebasar al utilizar su capacidad de
bloqueo para vetar más de un centenar de comparecencias solicitadas por la
oposición sobre la pestilente trama eólica y su doble secuela Perla Negra-Portillo.
Y no contento con defender ese indefendible
oscurantismo, al presidente de la
Junta no se le ocurre otra cosa que calificar de “muy torpes”
a los socialistas por no haber pedido su comparecencia. Semejante provocación
suscitaba inmediatamente una reacción unánime de toda la oposición (PSOE,
Podemos, Ciudadanos, IU y UPL), que ha solicitado en bloque que Herrera
comparezca y dé la cara ante dicha comisión.
Pero el desprecio hacia la oposición
democrática no ha quedado ahí. Faltaba la guinda del inefable consejero de la Presidencia , José Antonio de Santiago-Juárez, quién, con el tono faltón y perdonavidas que le
caracteriza, utilizó el pasado jueves la rueda de prensa oficial del Consejo de Gobierno de la Junta para
calificar de “rabieta infantil” una petición avalada por grupos que aglutinan
justo la mitad de los escaños de las Cortes y representan a 734.696 votantes,
220.395 más de los conseguidos por el PP.
(Para mayor desfachatez, el susodicho comparecía
presentando un proyecto de ley en supuesta defensa de los funcionarios, que
desvirtúa y pervierte por completo el “wistleblowing”
propuesto en su día por la Plataforma en Defensa de lo Público (PLADEPU), de tal guisa que se presenta como una
“protección” lo que en realidad constituye toda una “coacción” hacia cualquier
empleado público que tenga la osadía de denunciar comportamientos corruptos en la Junta.
José Antonio de Santiago-Juárez |
Está por
ver cuanto durará y qué nuevas iniciativas deparará este frente común de la
oposición contra los desmanes del PP de Herrera, especialmente el inesperado
giro de Ciudadanos, que seguramente tiene mucho que ver con la sintonía que
están alcanzado Pedro Sánchez y
Albert Rivera en las negociaciones sobre la investidura del primero. Pero con
independencia de ello, de lo que no cabe duda es de que el presidente de la Junta ha quedado retratado y
su negativa a dar la cara ante la comisión eólica no consigue otra cosa que
agravar su ineludible responsabilidad política, que ya era clamorosa “in
eligendo” e “in vigilando”.
La
credibilidad de Juan Vicente Herrera en materia de regeneración democrática y
lucha contra la corrupción es hoy exactamente la misma que tiene Mariano Rajoy.
Nueve meses después de habérselo recomendado a éste, ignoro si el presidente de
la Junta se
habrá mirado al espejo. El problema es que está sometido a un espejo deformante
que ríanse de los del Callejón del Gato. Y si se mira, se encontrará reflejado el rostro de De Santiago-Juárez, el de la tenebrosa mano que mece su cuna-diván.
Una imagen espectral, digna de la serie negra de Goya, que puede provocarle pesadillas para
los restos.