Vino, habló y se hizo un espeso silencio. Así
podría resumirse el fugaz paso por Valladolid de Mariano Rajoy, quien acudió el pasado viernes a presidir una junta
directiva extraordinaria del Partido Popular de Castilla y León. Extraordinaria pero sin otro punto en el orden del día que los discursos del
presidente nacional del partido y de su forzado telonero, el presidente
autonómico, Juan Vicente Herrera.
Rajoy no venía a nada relacionado con Castilla
y León. Venía exclusivamente a hablar de lo suyo, esto es, de lo chungo que
tiene lo de seguir en La Moncloa. Las
posibilidades de que otro candidato del PP consiga ser investido presidente del
Gobierno son hoy por hoy extremadamente remotas; las de que lo sea Rajoy son
absolutamente inexistentes.
Maillo, Herrera y Rajoy el pasado viernes |
Él es el primero en saberlo, pero se niega a tirar
la toalla porque ello significaría renunciar al verdadero clavo ardiendo que le
queda: volver a ser candidato de su partido si al final se repiten las
elecciones, lo cual, visto el panorama, sería la salida más favorable para el
PP.
“Que
nadie se preocupe, el momento llegará”, dijo Mariano, dando por hecho que a Pedro Sánchez le doblarán el brazo y no
tendrá otro remedio que entrar por el aro de permitir que el PP siga
gobernando. Pero ese intento de levantar el ánimo del alicaído auditorio -la
legión de cargos públicos que integra la junta directiva autonómica- cayó en
saco roto. No solo porque la credibilidad del presidente del PP está por los
suelos, incluso entre los suyos. Más allá de eso porque, por mucho que Felipe González y otros ilustres del
pasado y el presente socialista estarían dispuestos a ello, “indultar” a Rajoy -asediado,
para más inri, por una corrupción inacabable- sería el suicidio político del PSOE. Y a eso no está dispuesto el conjunto del partido y mucho menos
Sánchez, quien acaricia la opción de ser presidente del Gobierno si consigue
cuadrar el círculo que supone pactar con Podemos.
“Lo que haga el PP lo decide el PP”, dejó dicho, a modo de Pero Grullo, Mariano en Valladolid en
lo que se ha interpretado como un mensaje dirigido a Ciudadanos, por si Albert Rivera se estuviera planteando
condicionar cualquier posible acuerdo a la retirada previa del propio Rajoy. En
un partido presidencialista hasta no decir nunca basta, en realidad el único que
decide en el PP es el presidente. Y Rajoy no se resigna a pasar a la historia
como el único presidente que, habiendo completado un primer mandato, no
consigue ser reelegido para un segundo. Pero una vez que el Comité Federal del
PSOE ha vuelto a dejar meridianamente claro que en ningún caso facilitará un
gobierno del PP, queda confirmado que su única esperanza es que se vuelvan a
convocar elecciones
Después de la convención, relajado vino en Valladolid |
Entretanto,
a la espera de los acontecimientos, toda la estructura orgánica del partido
escenifica un cierre de filas con un líder que se haría un favor a sí mismo y a
sus compañeros de partido si admitiera que su turno y él han caducado. Y ahí
está Juan Vicente Herrera -el mismo
que le recomendó mirarse al espejo- ofreciéndole el respaldo unánime de todo el
partido en Castilla y León. “No tengas
ninguna duda”, enfatizó el presidente autonómico en un lapsus que le
delató. ¿Por qué habría de tener alguna duda Rajoy? Evidentemente porque sabe
lo distante que es su relación con Herrera; y no tanto por los conocidos
agravios de varios de sus ministros al gobierno de la comunidad como por su
negativa a ceder al presidente de la
Junta el “dedazo” sobre su sucesión, herida agudizada con la
sal del nombramiento del zamorano Fernando
Martínez Maillo como número de tres en Génova.
A nadie se le oculta que el presidente de
Castilla y León y su entorno confían -por no decir suspiran- en que
se cierre cuanto antes la etapa de Rajoy y el congreso nacional del partido elija a otro
líder, a ser posible el gallego Alberto
Núñez Feijóo, que permita a Herrera manejar a su antojo su sucesión tanto en el partido
como en la presidencia de la Junta. Una
doble pretensión que en estos momentos no cuenta ni con el placet de Génova ni
con el de la mayoría de los presidentes provinciales del PP.
Luis Tudanca |
Personalmente, no he tenido nunca claro a
quien votó Luis Tudanca en las
primarias ganadas por Sánchez en julio de 2014, en las que los socialistas
burgaleses, de los que era entonces era secretario provincial, se decantaron
mayoritariamente a favor de Eduardo
Madina. Pero desde que es secretario autonómico, Tudanca ha venido estando
en plena sintonía con Ferraz, que por otra parte le apoyó activamente en su
duelo con Julio Villarrubia. La hipoteca de ese apoyo no ha sido otra que el
refrendo de Óscar López como senador
autonómico de Castilla y León, escaño que a su vez permitió a Sánchez promocionar
a la portavocía del Senado a su antiguo compañero del “clan de los pepinillos”.
Al margen de tales antecedentes, lo cierto es que el secretario del PSCL-PSOE comparte con pleno convencimiento la estrategia diseñada desde
Ferraz para hacerse con La Moncloa, hasta el punto de que, según algunas informaciones, fué el propio Tudanca quien sugirió a Sánchez la posibilidad de jugar la carta de someter a votación de la militancia los eventuales pactos de
gobierno, la gran baza jugada por el secretario general para sortear las
resistencias de otros barones territoriales a un acuerdo con Podemos. Una carta que, dicho
sea de paso, tiene el efecto de pasar la presión al partido de Pablo Iglesias, partido que por otra parte a
estas alturas puede que ya no tenga tan claro que le interese repetir las
elecciones.
Pendiente la negociación entre Sánchez e
Iglesias, el pleno de las Cortes de Castilla y León vota esta semana la ampliación de la Mesa de la Cámara aparcada desde
noviembre a causa de la ruptura unilateral por parte del PSOE del pacto
alcanzado en su día conjuntamente con PP, Podemos y Ciudadanos. Un simple roce
entre PSOE y Podemos, elevado por Tudanca a la categoría de agresión, fue el
argumento socialista para dar por roto el pacto. La confirmación de dicha
ruptura ante el pleno de la
Cámara no sería la mejor contribución de los socialistas de esta comunidad para allanar el camino del acuerdo de gobierno que se pretende
fraguar en Madrid. No es el momento de otra afrenta como la que mandó a los
diputados de Podemos al gallinero del Congreso.