Aunque
cunde la impresión de que los resultados del 26 de junio no van diferir sustancialmente
de los del 20 diciembre, lo cierto es que durante los meses transcurridos se han registrado en el
tablero político movimientos del suficiente calado como para que muchos
electores pudieran plantearse un cambio de voto.
Repite el mismo cuarteto
candidato a la presidencia del Gobierno, los Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera, básicamente con los mismos programas y las mismas listas
electorales, pero, salvo el dontancredismo del líder del PP, que desde el
minuto uno no se movió de su posición, PSOE, Podemos y Ciudadanos se han implicado, con todos los tacticismos y
postureos que se quieran, en unas negociaciones que han modificado el perfil
previo con el que concurrieron al 20-D.
Cospedal, Herrera y Rajoy |
Lejos queda esa dicotomía entre “lo nuevo” y “lo
viejo”, el bipartidismo versus partidos emergentes, que dominó en buena parte
las elecciones de diciembre. En ellas Ciudadanos y Podemos coincidían en
rechazar el eje derecha-izquierda, apelaban a la regeneración democrática y el partido de Iglesias renegaba de cualquier etiqueta ideológica en aras de una transversalidad consistente en que “los de abajo”
dejaran de estar sometidos a “los
de arriba”. Todo ese planteamiento ha saltado por los aires y vuelve a estar
más vigente que nunca el eje izquierda-derecha, máxime después de la inminente
coalición entre Podemos e IU-Unidad Popular. La frontera entre la nueva y la
vieja política se ha difuminado y parece evidente que no ha sido porque se haya
impuesto la primera.
Si la abultada mochila de Rajoy ya era
conocida -y por si no fuera poco ha cargado entretanto con el aforamiento de Rita Barberá y algún que otro nuevo episodio de corrupción-, la de Sánchez ha ganado su peso y las de Iglesias
y Rivera han dejado de estar vacías.
Sánchez sigue sin explicar por qué se echó en brazos de Albert Rivera en un pacto condenado al fracaso que resultaba excluyente para Podemos, objeto desde el primer momento de una de las “líneas rojas” de Ciudadanos. La única explicación plausible es que buscara la abstención de Podemos y sus confluencias, objeto asimismo de otra “línea roja” por parte de la vieja guardia del PSOE, Susana Díaz y los barones que la secundan. Y con ese giro hacia el centro ahora tendrá que hacer frente a la amenaza de “sorpasso” que supone la alianza Podemos-IU.
Sánchez sigue sin explicar por qué se echó en brazos de Albert Rivera en un pacto condenado al fracaso que resultaba excluyente para Podemos, objeto desde el primer momento de una de las “líneas rojas” de Ciudadanos. La única explicación plausible es que buscara la abstención de Podemos y sus confluencias, objeto asimismo de otra “línea roja” por parte de la vieja guardia del PSOE, Susana Díaz y los barones que la secundan. Y con ese giro hacia el centro ahora tendrá que hacer frente a la amenaza de “sorpasso” que supone la alianza Podemos-IU.
Albert Rivera y Pedro Sánchez |
Por su parte, Pablo Iglesias y su incontenible arrogancia han extendido la imagen de que
Podemos jugaba desde el principio a la repetición de elecciones, cuando lo cierto es que
la “línea roja” explicita de Ciudadanos y la implícita de Susana Díaz hacían inviable
el “pacto a la valenciana” auspiciado por el partido de los círculos. Y ahora,
tras el desgaste sufrido a nivel interno -brecha abierta con Errejón- y externo -caída en las
encuestas- el líder de Podemos hace de la necesidad virtud y pacta con IU, esos
a los que hace seis meses consideraba unos “cenizos” anclados en su 5 por
ciento y en sus banderas rojas.
Posibilidad
de “sorpasso” en Burgos.- Resulta prematuro proyectar al ámbito
nacional los posibles efectos electorales de esa coalición, pero por de pronto
en Castilla y León podría resultar decisiva para consolidar los tres escaños
del Congreso obtenidos por Podemos en las elecciones de diciembre. En
Valladolid, que elige 5 diputados, la candidatura encabezada por Juan Manuel del Olmo, cuarta lista más votada (49.880 votos) se
adjudicó el quinto escaño en pugna con el PP, que se quedó a 9.525 de sumar su
tercer diputado. Los 17.849 votos conseguidos por IU-UP resultarían decisivos
para conjurar el riesgo de que el PP se hiciera en junio con ese escaño, al
igual que para rebasar a Ciudadanos, cuyos 56.060 votos le proporcionaron un diputado.
Pablo Iglesías y Alberto Garzón |
La
situación más interesante se produciría en Burgos, donde Podemos no solo
consolidaría el escaño de diputado obtenido por Miguel Vila (36.612 votos) frente a la amenaza de verse superado por Ciudadanos
(33.373), sino que, si sumara los 10.099 votos cosechados en diciembre por
IU-PP, podría superar al PSOE (44.488).
Este eventual “sorpasso” burgalés no tendría consecuencias en el reparto de
escaños en el Congreso, pero puede que sí en el Senado, donde el candidato mas
votado de la coalición Podemos-IU podría rebasar al número uno de la terna socialista, Ander Gíl. Visto lo cual lo normal sería que IU exija a Podemos el primer puesto de la lista a la Cámara Alta.
Este
posible cambio del cuarto senador por Burgos (los tres primeros por descontado
volverán a ser del PP en las nueve provincias) y el diputado que pierde Ciudadanos en León serían a priori las dos únicas
novedades del 26 de junio en Castilla y León, donde, conocida la correlación de fuerzas salida del 20-D, los resultados los nuevos comicios vuelven a ser habas contadas. El PP reeditaría los 17 diputados obtenidos en diciembre -eso sí, ya
sin el repudiado Gómez de la
Serna-, el PSOE mantendría sus 9, uno por provincia, Podemos
mantendría sus 3 y Ciudadanos se quedaría con 2, los que tiene por Valladolid y
Salamanca. La compartimentación de los escaños en circunscripciones provinciales no da
margen para más. La gran batalla se centrará en otras provincias y comunidades.