Nadie dijo que fuera a ser el paseo triunfal
de otras ocasiones, pero en Castilla y León todo el mundo había dado por
descontada una nueva victoria electoral del PP en las próximas elecciones
autonómicas. Antes de que Juan Vicente
Herrera decidiera volver a encabezar el cartel electoral, los sondeos
internos manejados en la calle Génova indicaban que ésta era una de las
pocas comunidades en las que disponía de margen para mantener la mayoría
absoluta. Naturalmente, la victoria no iba a ser tan aplastante como en 2011 (53
de los 84 procuradores), pero el mínimo de 43 escaños que marca esa frontera
parecía garantizado. Personalmente esa era también mi impresión y así la
manifesté aquí.
Juan Vicente Herrera y Tomás Villanueva |
Sin
embargo, desde el pasado 20 de abril permanecen disparadas las alarmas en el PP
de Castilla y León. Ese día el diario “El País” soltaba la primera entrega de
la trama urdida en torno a los parques eólicos, un escándalo de gran dimensión
que ha puesto, y de qué manera, a Castilla y León en ese mapa de la corrupción
del que pretendía escaquearse la Junta. Y
esta vez la típica “operación cortafuegos” diseñada por la temblorosa/tenebrosa
mano que mece la cuna-diván no ha surtido efecto. La forzada comparecencia
parlamentaria del consejero de Economía, Tomás Villanueva, no ha sofocado el incendio. Tras ella han seguido
aflorando nuevas evidencias que no
han hecho otra cosa que constatar la urdimbre de dicha trama y el pingüe
negocio realizado, entre otros, por el tándem de ex altos cargos formado por Rafael Delgado y Alberto Esgueva.
Aerogeneradores para dar y, sobre todo, para tomar |
No entraba en lo previsto que el factor
corrupción fuera a irrumpir en la relajada precampaña electoral que vivía el PP de Castilla y León hasta ese agitado 20 de abríl. Y mientras no se conozca algún sondeo
realizado en fechas posteriores no se sabrá en qué medida el escándalo de los
parques eólicos y todo lo que lleva asociado ha podido afectar a la intención
de voto que recogían las encuestas publicadas por Ical y “La Razón ”. Pero el temor, por
no decir pánico, del PP es que le penalice justo lo suficiente para que se le
escape una mayoría absoluta que venía dando por hecha.
Tan seguro de ello y sobrado andaba Herrera que afrontó el presente proceso electoral sin la menor concesión a la “regeneración democrática”. Todo
lo contrario. Se ha pasado olímpicamente por el forro todas y cada una de las
propuestas que el propio PP aprobó en las Cortes en esa materia. Además
de utilizar sin ningún complejo el “dedazo” puro y duro para poner y quitar
candidatos autonómicos y municipales, ha consentido la presencia de imputados -entre ellos, tres ex consejeros de Caja España- en las listas del PP y, en cuanto a la pretendida limitación de mandatos, no ha puesto
la menor objeción a que alcaldes que llevan 16, 20 y hasta 24 años en el cargo
se presenten de nuevo a la reelección (él mismo lo hace después de 14 años como
presidente de la Junta ).
Y por
supuesto, por si algún ingenuo lo dudaba, no piensa participar en ningún debate
electoral con ningún otro candidato. No lo ha hecho en ninguna de las tres
ocasiones anteriores (2003, 2007 y 2011) y no lo iba a hacer ahora, en que se
presenta con la mochila más cargada que nunca y con su gobierno salpicado por la corrupción política.
La aritmética es la que es y Herrera será
reelegido sin remedio para un nuevo mandato. Pero no es lo mismo, ni mucho
menos, que siga gobernando con mayoría absoluta o que se vea obligado a hacerlo
sin ella. Lo primero ya sabemos en que consiste: aplicación del “rodillo parlamentario”
para legislar a su antojo -si es preciso, imponiendo leyes que vulneran la Constitución- e impedir el control de la oposición. Lo segundo obligaría al PP a pactar cada
iniciativa legislativa y permitiría a la oposición ejercer un verdadero control
parlamentario, aprobando por ejemplo comisiones de investigación tan
imprescindibles como la que exige la trama eólica.
A Herrera, que ha vetado, una tras otra, las veintitantas comisiones de
investigación solicitadas desde que preside la Junta, le entran escalofríos solo de pensar que puede perder el blindaje que le proporciona la mayoría absoluta. No digamos ya si la oposición se animara y diera un paso más: llegar a
un “pacto por la regeneración democrática” que liberara a las Cortes de Castilla y León del penoso papel subalterno al que se han resignado en estos últimos 24 años.