La caída de
Casado, otro golpe de suerte para Fernández Mañueco, un político con fortuna en
los momentos más críticos de su carrera
Se ha dado en calificar político con “baraka”
a aquel que, enfrentado a situaciones en las que se juega su supervivencia, no
solo sale airoso del trance, sino que, conjurado el peligro, ve impulsada su
carrera. Ejemplo vivo de ello sería Pedro
Sánchez, por el que, tras aquella defenestración a manos de sus compañeros
de partido, casi nadie daba un duro. Y ahí está, dueño y señor del PSOE y
contemplando plácidamente desde La Moncloa como sale del marasmo el principal
partido de la oposición.
Pero si hay un político de Castilla y León al
que le ha sonreído la fortuna en los momentos más críticos de su trayectoria
ese no es otro que el presidente en funciones de la Junta y candidato a su
segunda investidura, Alfonso Fernández Mañueco.
En su dilatada carrera política, que arrancó
en el siglo pasado (presidente de la Diputación salmantina entre 1996 y 2001),
su último golpe de suerte ha sido el ajusticiamiento político de que ha sido
objeto Pablo Casado en plena resaca
del gatillazo político que ambos compartieron en las extemporáneas elecciones
del 13-M.
Casado había trazado una línea roja sobre los
pactos postelectorales en Castilla y León, consistente en vetar a Vox como
socio de gobierno en la Junta, oponiéndose a que ocupara el papel ejercido por
Ciudadanos hasta el pasado 20 de diciembre. Génova entendía que compartir por
primera vez un gobierno con Vox mimetizaría al PP con la extrema derecha, algo
muy contraindicado en la estrategia trazada para conquistar La Moncloa.
Inflexible Santiago Abascal en su decisión de
no apoyar la investidura si no es a cambio de entrar en la Junta, el veto de
Casado reducía a dos opciones de Mañueco para lograr la investidura: Negociar
la abstención del PSOE mediante un acuerdo de mínimos que permitiera al PP
gobernar en minoría, o ir a la repetición de las elecciones. El más perjudicado
por esto último sería sin duda el PP, justo al contrario que Vox, con todas las
papeletas para seguir creciendo. Y lo de gobernar condicionado por el PSOE no
es que le hiciera mucha ilusión al presidente en funciones.
Todo un problema que se ha visto solucionado
por ensalmo tras saltar por los aires Pablo Casado y decaer su veto a Vox.
Desde ese momento Mañueco ha dispuesto de manos libres para hacer lo que le
convenga, que, tras hacer como que marea la perdíz, no será otra cosa que pactar
la entrada de Vox en la Junta, importándole una higa el estigma de presidir la
primera comunidad autónoma con un gobierno participado por la extrema derecha.
La alianza se va a consumar en pleno vacío de poder en Génova, antes de que tome
las riendas el presidente “in pectore”, Alberto
Núñez Feijóo, quien de este modo no resulta contaminado por la decisión.
De paso, Mañueco ha perdido de vista al
inefable García Egea, cuyos enredos
e injerencias en el PP de Castilla y León han sido incesantes incluso después
de haber firmado el armisticio y comerse el expediente abierto por el “caso
Viñarás”. Sus últimas cacicadas consistieron en imponer a dos de su cuerda en
las candidaturas autonómicas de León y Salamanca, provincia esta última donde provocó
todo un “cisma” interno al apadrinar un sector crítico que ahora deja huérfano.
Pero este último
golpe de suerte no es nada comparado con la “baraka” de que ha gozado Mañueco
en su larga y paciente aspiración de suceder en la Junta a Juan Vicente Herrera.
Pese a mantenerlo durante 15 años (2002-2017) como secretario autonómico del
PP, Herrera nunca apostó por él como sucesor. La prueba es que, tras 10 años
como consejero, en 2011 Mañueco abandonó Junta para convertirse en alcalde de
Salamanca, eso sí, compatibilizando la Alcaldía con un escaño en las Cortes en
previsión de que pudiera precipitarse la sucesión.
En esa etapa, Herrera tuvo la tentación de
prescindir de él como secretario autonómico, pero no se atrevió a hacerlo,
sabedor de que el alcalde salmantino gozaba las bendiciones de Dolores de Cospedal, que a su llegada a
la secretaria general le confió la presidencia del Comité de Derechos y
Libertades.
La presencia de Maillo en Génova, providencial
Si ya tenía en Cospedal una gran valedora, la
relación de Mañueco con Génova se vio aún más privilegiada tras el nombramiento
en junio de 2015 del zamorano Fernando
Martínez Maillo como vicesecretario
nacional de Organización del PP. La protección de Maillo será providencial para
salvar dos momentos críticos en la carrera del político salmantino.
El primero es cuando en marzo de 2017 Herrera
anuncia por fin que no va a optar a su reelección como presidente del partido
en el congreso autonómico a celebrar un mes después. No va a optar, pero
maniobra contra Mañueco proponiendo a Mariano
Rajoy una especie de “dedazo” en favor de Pablo Casado, entonces vicesecretario nacional de Comunicación y
diputado por Ávila. Cospedal y Maillo abortan la maniobra y se abren paso las
primarias autonómicas en las que Herrera, en un último intento de cerrar el
paso a Mañueco, alienta la candidatura de Antonio Silván.
Convocadas las primarias, la intervención de
Maillo, ascendido poco antes a coordinador general del PP, resulta clave para
la victoria de Mañueco. Mientras hace la vista gorda ante la operación de pago
de cuotas en Salamanca que con el tiempo ha dado lugar a la causa judicial por
presunta financiación irregular, Génova pone todo su celo para que no perpetre
algo similar en León. Maillo mueve todos los resortes a su alcance a favor de
Mañueco, quien ha tiene la gran fortuna de que el máximo responsable de vigilar
ese proceso sea para él una especie de compadre.
Presidente de la Junta por el despecho de Albert Rivera
Convertirse en el nuevo presidente autonómico
del partido conllevaba de suyo asumir la candidatura a la presidencia de la
Junta en las siguientes elecciones autonómicas, las de mayo de 2019. En ellas
Mañueco se apunta el peor resultado histórico del PP en escaños y porcentaje de
voto: Pierde 12 procuradores (de 41 a 29) y cae del 37,77 al 31,49 por ciento.
Después de 32 años, el PP es derrotado por el PSOE de Luis Tudanca, ganador de las elecciones con un 34,84 de los votos y
35 escaños.
Con esos
catastróficos resultados, Mañueco estaba condenado a ejercer la oposición,
máxime cuando el partido con capacidad para decantar el gobierno, Ciudadanos,
había apostado por un cambio político acorde con la regeneración democrática
que exhibía como seña de identidad. La alternancia política parecía servida de
la mano de un gobierno de coalición PSOE-C´s.
Pero emergió de
nuevo la “baraka” de Alfonso, que se encontró con un benefactor con el que no
contaba: el veleidoso Albert Rivera,
que, ofuscado y despechado contra Pedro
Sánchez, impuso al PP como socio de gobierno en todas las comunidades donde
sumaran, frustrando así la alternancia política en Castilla y León. Gracias a
que Rivera se pasó por el forro los principios que decía defender, en junio de 2019
Mañueco accedió a la presidencia de la mano de Ciudadanos, socio del que
prescindió sin ningún miramiento el pasado 20 de diciembre.
Los comicios del 13-F han constituido un nuevo
fracaso electoral del presidente en funciones, ya que, siendo cierto que el PP
ha ganado dos escaños, ha empeorado en votos y porcentaje sus desastrosos
resultados de 2.019. Con la fortuna para él de que la nueva aritmética
parlamentaria impide la investidura de otro presidente.
Mientras que el
corresponsable del adelanto electoral del 13-F, Pablo Casado, recibirá
sepultura política a primeros de abril, unos días antes Fernández Mañueco será
investido de nuevo presidente en primera votación con el apoyo de los 13 procuradores
de Vox. Con otra ventaja no menor: después del suplicio de soportar la
vicepresidencia de Francisco Igea,
pastorear al neófito Miguel García-Gallardo
va a ser para él un juego de niños. De otras cosas no, pero de “baraka” Alfonso
anda más que sobrado.
(Publicado
en elDiario.es Castilla y León)