Aunque presuman con ello de democracia interna, en el fondo las
primarias son para la mayoría de los dirigentes de los partidos que las
convocan una especie de concesión, por no decir un “mal necesario”, que
conlleva el riesgo de que a la militancia le de por dejar con el culo al aire a
los candidatos del aparato (y con ellos al aparato mismo). Lo sabe especialmente
bien el PSOE, que, tras aquella inesperada victoria de Josep Borrell sobre el entonces secretario general, Joaquín Almunia, no pudo estrenar el sistema
de peor forma: El ganador presentó su renuncia y dejó vía libre al perdedor,
derrotado a continuación con estrépito por José
María Aznar.
Fue la primera vez que
el veredicto soberano de la militancia quedaba en agua de borrajas. La última
ha sido con el “cambiazo” de Tomas Gómez
por Ángel Gabilondo en la comunidad
de Madrid, un episodio que, salvando las distancias, recuerda al que se produjo
en 2003 con el candidato socialista a la Alcaldía de Segovia. El ganador de las primarias,
“Chiqui” García Cantalejo, fue
forzado a renunciar para dejar su puesto a otro candidato que ni siquiera
militaba en el partido, Pedro Arahuetes,
alguien hasta entonces sin ninguna trayectoria política. Y nunca sabremos que
resultados hubiera obtenido “Chiqui”, pero lo cierto es que Arahuetes ganó
aquellas elecciones y las dos siguientes, proporcionando al PSOE doce años de
gobierno municipal.
Con el “dedazo” y
tente tieso que aplica el PP para designar a todos sus candidatos, no existe
el riesgo de que los “elegidos” sean revocados por la dirección. Podrán gustar
más o menos, pero si algún dirigente está en desacuerdo con el ungido, bien se
cuidará de discrepar en público. El designio de la superioridad no admite
contestación.
Aún así, el PP siempre ha observado una norma no escrita,
cual es que el presidente o alcalde que está gobernando tiene ganado el derecho a repetir como candidato hasta que se aburra, así lleve 20 años
en el cargo. Normalmente solo es sustituido si renuncia a seguir por propia iniciativa,
como ha hecho la alcaldesa de Zamora, Rosa Valdeón, y es o era la voluntad inicial del alcalde
de Ávila, Miguel Ángel García Nieto.
Si está en duda la calle Génova -que no en las vallisoletanas de Alcalleres y
María de Molina- la candidatura de Javier León de la Riva se debe exclusivamente
al alto coste electoral que tendría para el PP en toda España la foto de un
alcalde-candidato sentado en el banquillo de los acusados para responder de un
delito de desobediencia judicial por el que puede ser inhabilitado para ejercer
cargo publico.
En aplicación de esa norma no escrita se daba por hecho que
los otros cuatro alcaldes del PP que gobiernan en capitales de provincia iban a
repetir candidatura. Máxime cuando en todos ellos, Emilio Gutiérrez (León), Javier
Lacalle (Burgos, Alfonso Fernández
Mañueco (Salamanca) y Alfonso
Polanco (Palencia) concurre la doble circunstancia de que ganaron las
anteriores municipales por mayoría absoluta y no han tenido tiempo de cansarse porque están
agotando su primer mandato. De ahí que resulte sumamente sorprendente el “dedazo”
con el que Juan Vicente Herrera ha
decidido prescindir de uno de esos alcaldes, el leonés Gutiérrez, para endosar la candidatura a la alcaldía de León al consejero de Fomento, Antonio Silván.
Antonio Silván |
Y sin embargo es ahora el propio Herrera el que, contra toda
lógica y pronóstico, impone a Silván, desautorizando a un alcalde que
hace cuatro años ganó con mayoría absoluta y cuya labor estaba siendo presentada como ejemplar y modélica por el PP y por los mas conspicuos voceros de la Junta , que hace nada no dudaban en elevar su gestión a la categoría de milagro político.
¿Hay quien lo entienda? No resulta fácil, menos aún si se tiene en cuenta que a
la postre no es Gutiérrez el único sacrificado por esta inesperada operación. Mucho más que él -cuya docilidad será pronto compensada- lo es el propio Silván, quien el mejor de los casos dejará de ser
consejero de la Junta
para ser alcalde (en el peor, concejal jefe de la
oposición).
¿Qué ha llevado al presidente de la Junta y del PP autonómico a dar un paso con el que se hace
directamente responsable de la pérdida de la alcaldía de León si Silván no
consigue mayoría suficiente para recoger el testigo de Gutiérrez? La facilona excusa de los sondeos no se sostiene, ya que entonces el PP tendría que cambiar prácticamente a todos sus candidatos. ¿No será que, más que tapar un hueco que estaba cubierto, Herrera ha querido quitarse de encima al actual titular de Fomento para meter
una cara nueva que represente a León en el gobierno que aspira a seguir
presidiendo tras las elecciones autonómicas?
El hecho es que con el descarte de Silván ya son tres los actuales consejeros que no repetirán en ese
futuro gobierno que, a lo que se ve, Herrera tiene ya muy in mente. Juan José
Mateos fue el primero que se dio a sí mismo por amortizado, como también lo
está, aunque él no lo explicite, Tomás Villanueva, quien lleva la friolera de
20 años siendo consejero. La diferencia con
respecto a los anteriores es que a Silván no se le daba por amortizado ni lo está,
sino que Herrera ha dejado de considerarle imprescindible en la Junta.
Al mismo tiempo, cobra cada vez más verosimilitud la
posibilidad, recogida aquí hace dos semanas, de que el consejero de la Presidencia y
Portavoz de la Junta, el inmarcesible José Antonio
de Santiago-Juárez, se autopropulse como nuevo presidente de las Cortes. De
hecho, ya se apunta el nombre de la actual presidenta de la Cámara , Josefa García Cirac, como futura
consejera de Educación, en tanto que la consejería de la Presidencia y la
portavocía serían heredadas por Rosa Valdeón. Aunque ambas son zamoranas, la primera seguiría
ocupando cuota por Salamanca, lo cual, dicho sea de paso, puñetera gracia le
hace al PP salmantino.