A cinco días de la fecha fijada para la
constitución de los nuevos ayuntamientos, muchos de los cuales están
supeditados a distintas combinaciones políticas, la pelota de los pactos sigue
en el alero. Pero no en el de Ciudadanos, el partido que, por la correlación de
fuerzas resultante del pasado 26-M, tiene la llave de la gobernabilidad también
de varias Diputaciones provinciales y de la Junta de Castilla y León, sino del Partido
Popular, al que Albert Rivera
mantiene como “socio preferente” incluso en comunidades como ésta, donde ha
ejercido una perniciosa hegemonía política a lo largo de los últimos 32 años.
Con
los resultados de las urnas sobre la mesa, y visto el discurso mantenido en la
pasada campaña electoral por su jefe de filas, Francisco Igea, el
escenario poselectoral propiciado por la cúpula nacional naranja chirría hasta
decir basta en Castilla y León.
Cambio y regeneración han sido los dos grandes
principios propugnados por Igea y ambos son radicalmente incompatibles con el
PP de Alfonso Fernández Mañueco, que
por lo demás ha dejado de ser la primera fuerza política y ha registrado su
peor resultado electoral en los 36 años de Autonomía.
Albet Rivera y Francisco Igea |
Más
allá de una broma de mal gusto, hablar de cambio sobre la base de otro
presidente de la Junta
del PP es sencillamente un imposible metafísico. Y lo de la regeneración
democrática, tres cuartos de lo mismo, por más que ahora Mañueco y los suyos
tengan el estómago presto para tragarse en ayunas y sin aderezo todo aquello
que solo con citarlo les producía urticaria cuando contaban con mayoría
absoluta.
Porque esta es la situación. Si alguien
pensaba que las inesperadas condiciones impuestas por Ciudadanos -que, en un
intento de lavarse la cara, se ha sacado de la manga exigencias como la de
aplicar sobrevenidamente y con efectos retroactivos la limitación de los 8 años
de mandato, extendiéndola además a alcaldes y presidentes de Diputación- iban
a suponer un inaceptable trágala para el PP, estaba en un completo error. Con
tal de mantener la presidencia de la
Junta , y con ella la parte del león del gobierno autonómico,
los populares aceptarán lo que les echen y más.
Javier Lacalle, Alfonso Fdez. Mañueco y Francisco Vázquez |
Y como esto todo lo demás. Desde luego, esa exigencia de limitar retroactivamente los mandatos no va a constituir ningún
obstáculo, máxime cuando no afecta personalmente ni a Mañueco ni a ninguno de
sus principales lugartenientes, Francisco
Vázquez y Raúl de la Hoz , y ello pese a que los
tres lleven ocupando ininterrumpidamente cargos de representación publica desde
el siglo pasado. (El único damnificado del núcleo duro sería el alcalde de
Burgos, Javier Lacalle, y ya se
ocupó él de procurarse un escaño del Senado por si venían mal dadas).
Así
las cosas, y para pasmo de algunos de los propios y de casi todos lo extraños,
Ciudadanos ha servido en bandeja la continuidad del PP en la Junta , ya que los populares
lógicamente no van a renunciar a esa inesperada oportunidad por muy leoninas
que sean las condiciones (que tampoco lo son tanto).
Se supone que para
contrariedad de Igea, la cúpula nacional naranja, lejos de propiciar una
alternancia que posibilite la regeneración política con la que tanto ha venido llenándose la boca, ha preferido apuntalar al PP en sus horas más bajas y prolongar su
ciclo de 32 años de hegemonía política en Castilla y León.
Luis Tudanca y Pedro Sánchez |
Como no podía ser menos, ello ha cogido por
sorpresa al candidato socialista, quien con toda lógica no esperaba recibir en
su trasero la patada que Albert Rivera ha decidido propinarle a Pedro Sánchez. La carta dirigida por Luis Tudanca a Francisco Igea,
inevitable por otra parte, objetivamente no hace otra cosa que incentivar al PP por si tenía duda en doblegarse ante unas imposiciones que ya tiene
plenamente asumidas. Entre eso o pasar a la oposición no hay el menor margen
para la duda.
Salvo que Igea se descuelgue planteando otro
pulso a Rivera, que no parece, o que la negociación entre PP y Ciudadanos salte por los aires en toda España, la suerte parece estar echada. Queda por ver si el propio Igea cuida su autoestima de la forma que en su día le recomendó hacerlo al
inefable consejero Sáez, o se embarca directamente en este extravío político. Como
acólito del PP, nadie mejor que Luis
Fuentes para ejercer como vicepresidente de la
Nada. Y lástima que no haya repetido en su
escaño la abulense Belén Rosado, que
hubiera sido sin duda la presidenta de las Cortes a la altura de las
circunstancias...
Para
semejante viaje lampedusiano, Castilla y León no necesitaba alforjas.