jueves, 6 de junio de 2013

Pactos de conveniencia

 Mucho se ha lamentado estos últimos años la falta de grandeza de los dos principales partidos, PP Y PSOE, para buscar un denominador común y trazar una estrategia compartida para remar juntos en la misma dirección contra la crisis. Un pacto de Estado de ese alcance no se ha producido, y dudo que se vaya a producir, por muy lejos que esté aún la salida del túnel.


Firma de los Pactos de la Moncloa (1 de octubre de 1977)
  Los históricos pactos de La Moncloa y el mitificado espíritu de la transición, tan añorados ahora, fueron posibles, al igual que el consenso constitucional de 1.978, gracias a una situación excepcional, que no era otra que la de una incipiente democracia en construcción amenazada por liberticidas de distinto signo. Conjurado ese peligro, y “normalizada” la situación, desde entonces acá los dos partidos que se han turnado en el gobierno y la oposición han priorizado siempre sus intereses de partido al supuesto, y en todo caso interpretable, interés general de los españoles. Y siempre midiendo y cuidando los intereses de la respectiva clientela electoral.

 Desde 1982 a 2010, salvo el Pacto de Toledo, la inmensa mayoría de los pactos políticos registrados en España casi siempre han sido de conveniencia, destacando sobremanera los alcanzados sucesivamente por Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero con los nacionalistas vascos y catalanes a cambio del apoyo de estos a los gobiernos de turno que no disponían de mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados.

 Agudizada la crisis, el Mariano Rajoy de la oposición no dio tregua ni cuartel a Zapatero, ni  siquiera cuando éste, preso del pánico ante la amenaza de intervención europea, adoptó el brusco golpe de timón de mayo de 2010, asumiendo el programa de ajustes y recortes impuesto por Angela Merkel. “No importa que caiga España, que ya la levantaremos nosotros”, comentó Cristobal Montoro a una diputada canaria que con el tiempo desveló la confidencia.  
Tras el bandazo de Zapatero, y en espera de heredar, Rajoy se avino a firmar el mas deplorable pacto de conveniencia conocido desde la transición: la reforma exprés de la Constitución para demonizar el déficit y priorizar el pago de la deuda pública a nuestros prestamistas extranjeros por encima de cualquier necesidad social de los españoles. Con ello el asustado Zapatero tranquilizaba a los mercados y Rajoy se dotaba de la coartada perfecta para aplicar las políticas “austericidas” que nos han conducido a la actual situación.

Rubalcaba y Rajoy
En estas estamos cuando de repente Rajoy, desafiando la amenaza de Aznar, se muestra receptivo a la insistente propuesta de Rubalcaba de abordar un pacto para reactivar la economía y combatir el desempleo. De momento, se da por hecho que ambos partidos van a concertar en el Congreso de los Diputados una posición conjunta a defender por Rajoy en el Consejo Europeo a celebrar este mismo mes.

 No creo que este acuerdo PP-PSOE sobreviva mas allá de esa cumbre y se plasme en el plan para el crecimiento y el empleo que viene demandando el PSOE a raíz de la EPA que arrojó mas de seis millones de parados en España. No obstante, cabe preguntarse a que obedece ahora una voluntad de acercamiento que brilló por su ausencia en circunstancias mucho más críticas, aquellas en las que España corrió serio riesgo de ser intervenida, tanto durante el mandato de Zapatero como en el de Rajoy. Y mucho me equivoco o estamos ante una nueva componenda sustentada en la debilidad que aqueja tanto al gobierno Rajoy como a la oposición socialista.
 Al primero le viene muy bien un gesto que rompa el aislamiento político al que le ha conducido el abuso de su mayoría absoluta, ofreciendo una imagen dialogante que atenúe su fuerte desgaste en los sondeos de opinión. Y al PSOE de Rubalcaba, que no ha dado pie con bola desde su debacle electoral, le serviría para reivindicarse como “oposición útil” y vender que ha sido capaz de hacer rectificar al PP. La desgracia une mucho y el pacto podría servirles a ambos -o al menos eso creen- para contener la incesante sangría electoral que sufren en beneficio de UPyD, IU, sin olvidar otras alternativas políticas menos convencionales que están incubándose.

 Ya hemos analizado aquí los sucesivos pactos de conveniencia que han firmado en los últimos años el PP y el PSOE en Castilla y León. Unos pactos que -a expensas de contrapartidas inconfesables que lógicamente nunca se han dado a conocer- a la postre siempre han beneficiado a la Junta, que ha encontrado en ellos un auténtico “chollo” para legitimar determinadas políticas infumables o salir indemne de fiascos como el desastre de las Cajas de Ahorro.

 
Juan Vicente Herrera y Julio Villarrubia
Tras haber firmado el pasado octubre el llamado “pacto de la Coronita”, un revuelto de ingredientes de resultado bastante indigerible, hace un mes, ante la expectativa generada por la relajación del techo de déficit,  se emplazaron a alcanzar acuerdos para destinar ese “suplemento presupuestario” a incentivar el crecimiento económico, fomentar el empleo y tratar de reparar algunos de los muchos desperfectos ocasionados por los recortes en Sanidad, Educación, Dependencia y demás servicios esenciales (naturalmente, esto último no lo reconoce el gobierno Herrera, pero es de lo que se trataría). Sin embargo, a la espera de que se concrete la asimetría del déficit, no se tiene noticia de que se haya comenzado a negociar nada.

 Por el contrario, se sabe que andan negociando sobre la Ley de Ordenación del Territorio que la Junta se ha obcecado en tramitar sin esperar a que se despeje la “reforma local” estatal con la que se solapa. Una Ley artera e intempestiva que pide a gritos una enmienda de totalidad que su factotum, el consejero de la Presidencia, quiere evitar a toda costa. En su día contó “El topillo” que una de las contrapartidas puede ser la reposición de las guardias médicas rurales suprimidas el pasado mes de octubre. Y algo de cierto debe haber visto el súbito y sorprendente parón que registra la intensa protesta protagonizada durante meses por los vecinos afectados. Pero no descarten que sobre la mesa aparezcan determinadas contrapartidas ocultas que no guardan la menor relación con lo que se está negociando. Si es así, espero que “El topillo” se entere y nos lo cuente.