No es fácil saber a ciencia cierta qué relación ha podido existido entre la abdicación del Rey y los resultados
electorales del pasado 25 de mayo, en los que el voto de izquierdas se impuso claramente al de
derechas. Una izquierda, todo lo fragmentada que se quiera, cuyas bases comparten
como seña de identidad el republicanismo.
Desconozco igualmente si es cierto que
Rubalcaba estaba al tanto de la decisión real y que por ello presentó su
dimisión “en forma diferida”, evitando
que un trance tan delicado como la sucesión en la Corona se produjera con los
socialistas descabezados y a cargo una gestora provisional. Lo cierto es que a
la convulsión de los resultados de las europeas se ha sumado la controversia
política y ciudadana suscitada por la abdicación del Rey. Y a Rubalcaba le ha
tocado el marrón de ratificar en 2014 el pacto de la transición por el que
Felipe González asumió, vía Constitución de 1978, la Monarquía como forma de
Estado. Ya sé que el todavía máximo responsable del partido no podía hacer otra
cosa, pero, con la que está cayendo y tiene encima el PSOE, era lo que le
faltaba a una militancia socialista que, según él mismo reconoce, nunca ha renunciado a su “alma
republicana”.
El problema es que, casi 40 años después, la
dirección del PSOE no pone límite temporal a aquel pacto, con lo cual, si de
ella depende, seguiremos teniendo Monarquía por los siglos de los siglos.
Sobre la mesa está su propuesta de reformar la Constitución para
intentar encajar en ella el problema catalán, pero lo del modelo de Estado ni
se lo plantean.
PP y PSOE han venido demorando sin ninguna justificación una reforma constitucional que viene siendo necesaria desde hace ya bastantes años. Hace ocho, en 2006, el Consejo de Estado emitió un informe que básicamente proponía actualizar el título referente al Estado de las Autonomías (en el texto actual ni siquiera aparecen, porque no se habían creado, las 17 comunidades autónomas), convertir al Senado en una verdadera Cámara territorial y eliminar la preferencia del varón en la sucesión al trono.
Manifestación por la República en la Puerta del Sol |
Y como no va a ser Mariano Rajoy, el
dontancredismo político personificado, el que coja ese toro por los cuernos,
sucederá que la imprescindible reforma de la Constitución seguirá
esperando "ad calendas graecas". Ello lógicamente a costa de seguir ensanchando la
enorme brecha que separa el entramado institucional de la realidad social.
Desde esta
perspectiva tiene toda la razón Javier Cercas al señalar que la desafección
ciudadana no debe imputarse al fracaso de la transición, sino a la manifiesta
incapacidad de la clase política para regenerar el sistema democrático
instaurado a partir de 1977. Yo diría más: ¿Se han preguntado esos que tan
preocupados se muestran ahora por lo que consideran movimientos antisistema, si
el mayor cáncer del sistema no serán los que lo han ido dejando pudrir sin
atajar su progresiva descomposición?
En todo caso, lo cierto es que la abdicación del Rey se ha
producido solo ocho días después de unas elecciones que han marcado claramente
el ocaso del bipartidismo imperante desde la transición. Un descalabro
electoral compartido por PP y PSOE que a corto plazo solo ha desencadenado
consecuencias en el segundo. La envergadura de la crisis socialista ha dejado
completamente en segundo plano el no menos monumental varapalo sufrido por el
partido que gobierna, que prácticamente no se ha dado por aludido.
Herrera y López en el hemiciclo de las Cortes |
En otras
circunstancias, con una oposición crecida, los resultados electorales hubieran
obligado a Rajoy a efectuar una crisis de gobierno, soltando lastre -que lo
tiene en abundancia y bien pesado- para afrontar el resto de la Legislatura.
Pero con el primer partido de la oposición hecho unos zorros, se ha permitido el lujo de reservarse esa baza para más adelante, posiblemente en la cercanía de las municipales y autonómicas de mayo de 2015, en las que, esté como esté el PSOE, el PP corre serio riesgo de perder una buena parte de su inmensa cota de poder territorial.
Pero con el primer partido de la oposición hecho unos zorros, se ha permitido el lujo de reservarse esa baza para más adelante, posiblemente en la cercanía de las municipales y autonómicas de mayo de 2015, en las que, esté como esté el PSOE, el PP corre serio riesgo de perder una buena parte de su inmensa cota de poder territorial.
Si Rajoy no se ha inmutado, mucho menos lo ha
hecho el igualmente impasible y, si cabe más indolente, Juan Vicente Herrera.
Primero porque, pese al correctivo electoral sufrido por el PP en Castilla y
León, su mayoría absoluta está fuera de peligro en las próximas elecciones
autonómicas. Y segundo porque si en esta comunidad los socialistas nunca han conseguido
inquietarle lo más mínimo, en estos momentos ellos solos se han inhabilitado
para ejercer la oposición.
El debate
parlamentario sobre el estado de la comunidad, a celebrar en la última semana
de junio, debería constituir una gran oportunidad para los socialistas, máxime
después de tres años de recortes y más recortes acumulados por la Junta a los aplicados por el
gobierno central. Pero después de todo lo sucedido tras el 25 de mayo, ya me
contarán con qué credibilidad llega Óscar López a esa cita…