Cuando el pasado jueves comentábamos aquí el
deprimente panorama que se les presentaba a los socialistas de Castilla y León,
abocados a tener que elegir entre Guatemala y Guatepeor, habíamos desdeñado una
vez más la fatídica regla de Murphy según
la cual todo es susceptible de empeorar. “Los problemas nacen, crecen, se
multiplican y permanecen”, dice una de sus variantes.
Óscar López en su escaño de las Cortes |
¿Qué ha
sucedido en este tiempo para que lo que nació como un tándem haya acabado como el rosario dela aurora.
Sencillamente que López, que retuvo la portavocía de las Cortes Regionales,
colocó ahí a Villarrubia, diputado del Congreso, reservándose desde el primer
momento la posibilidad de volver a encabezar la candidatura a la presidencia de
la Junta en
2015. Sin embargo, Villarrubia no respetó esa opción preferente e
inmediatamente comenzó a postularse como candidato, dando lugar a un progresivo
distanciamiento entre ambos y sus respectivos acólitos hasta desembocar en una
fractura interna en el seno los órganos colegiados del partido, amén del grupo
parlamentario del “mausoleo”.
El problema no era la bicefalia, sino la
imposible convivencia de dos presuntos lideres enfrentados a testarazos. En enero
pasado, tras las trifulcas públicas registradas en provincias como León,
Valladolid y Ávila, advertimos aquí sobre la deriva autodestructiva del PSCL-PSOE. Mas tarde, ante la celebración de
las elecciones europeas, López y Vilarrubia pactaron un armisticio temporal
para evitar nuevas trifulcas y aparentar una unidad completamente ficticia, tan
fingida como el abrazo de Judas que se dieron en el mitin compartido con Alfonso Guerra en Villablino.
López, Guerra y Villarrubia en el mitin de Villablino |
Los 25 dimisionarios no han renunciado por los
nefastos electorales del 25 de mayo. Sobrados motivos tenían muchos de ellos
para haber dimitido tras la triple debacle de las elecciones municipales,
autonómicas y generales de 2011. Y no solo no lo hicieron, sino que, lejos de
cualquier de asumir cualquier responsabilidad, apostaron por la victoria de
Rubalcaba -igual que Villarrubia- en el congreso de Sevilla. Tampoco dimiten,
como han dicho, porque había que resolver el problema de la bicefalia. ¿Quién,
si no Óscar López, es el que propició esa bicefalia, al optar por un mantener
un pie en Ferraz y otro aquí, colocando un sucesor que después le ha salido
rana y se la ha subido a las barbas? Todo se reduce a una descarnada e impúdica
reyerta por seguir viviendo de la política.
Los 25 dimisionarios han renunciado con el
único y exclusivo fín de desalojar a Villarrubia de la dirección, a fin de
evitar que siguiera controlando el
aparato del partido en Castilla y León cuando llegue el momento de las primarias. Y López y sus fieles acudieron a la tomentosa ejecutiva del
viernes con un propósito decidido: forzar un congreso autonómico extraordinario
por las buenas o por las malas.
Villarrubia, consolado por sus fieles en la noche del viernes |
El decapitado Villarrubia -que asegura que
dará la batalla tanto en ese congreso como en las primarias- ha acusado al
compañero López de “deslealtad”, “traición”, “indecencia política” y otras
lindezas que jamás había proferido un secretario autonómico contra un
secretario federal de Organización del partido. Y probablemente no le falte
razón, pero el problema de Villarrubia y de la inmensa mayoría de la minoría
que le secunda es que carece de credibilidad y autoridad para hacerse ahora la
víctima.
Me reitero, si cabe con mayor rotundidad, en
lo afirmado aquí mismo el pasado jueves: En mi opinión ni López ni Villarrubia son dignos de liderar el
PSOE en Castilla y León y de encabezar el cartel socialista en las próximas
elecciones autonómicas. Ambos son parte nuclear del problema y por el bien de
todos -de sus compañeros de filas y de la higiene democrática- deben de desaparecer
de escena cuanto antes. Solo así la militancia podrá dotarse de manera libre y
participativa de un nuevo líder capaz de regenerar y reflotar un partido que,
por su actual deriva, aquí y en toda España, se encamina a pasos agigantados
hacia el precipicio por el que se ha despeñado el Pasok griego.