Desde el primer momento se vió venir que el
verdadero objetivo de la Ley
que el pasado año reformó el status y la estructura del Consejo Consultivo, el Consejo
de Cuentas, el Consejo Económico y Social (CES) y el Procurador del Común no
era otro que el socavar la independencia y autonomía de dichos organismos en su labor de control y fiscalización de la Junta de Castilla y León.
José Antonio de Santiago-Juárez y Pilar del Olmo |
Desde el concepto patrimonial que tiene de las
instituciones, acostumbrado a ejercer el poder a sus anchas ante una oposición
maniatada, el PP no podía consentir que los razonados informes CES cuestionaran
-casi siempre por unanimidad de los agentes sociales y económicos- la política
económica y social de la
Junta. Y menos aun que la fiscalización llevada a cabo por el
Consejo de Cuentas destapara año tras año los ingenios y artificios contables
de la Consejería
de Hacienda o, lo que es peor, dejara con las vergüenzas al aire la gestión
perpetrada en la Administración B
constituida por el conglomerado de sociedades, entes, fundaciones y demás
chiringuitos que han conformado y conforman el llamado “sector público de la
comunidad”.
La primera consecuencia de esa torticera
reforma -urdida por el consejero de la Presidencia , José
Antonio de Santiago-Juárez- fue el relevo del presidente del CES, José Luis Díez Hoces, a quien la Junta no le perdonó la
independencia con la que actuó el organismo bajo su mandato. Pese a tener el
respaldo unánime del pleno para resultar reelegido, se introdujo una limitación
de mandatos con efectos retroactivos con el fin de evitar su continuidad.
Carlos Fernández Carriedo |
El argumento utilizado para ello no puede ser
más peregrino y falaz. Según el portavoz popular, Carlos Fernández Carriedo, se trata de descargar al Consejo de ese
trabajo para dar prioridad a la rendición de cuentas a que vienen obligadas las
entidades locales menores tras la aprobación de la reforma local de Montoro.
Una excusa absolutamente pueril que se ha ocupado de desmontar el propio
Consejo, al alegar que dicha rendición de cuentas no es competencia suya y que
la fiscalización inherente a ella no es óbice para realizar los informes sobre las
empresas y fundaciones publicas propuestos en su plan de trabajo.
¿A que
viene entonces este desaforado ataque a la independencia del Consejo de Cuentas?
Sin duda, la respuesta se encuentra en los juzgados, concretamente en el de Instrucción número dos de Valladolid, que
investiga presuntas conductas delictivas en la gestión de las sociedades públicas
ADE Parques, ADE Financiación, Provilsa y Somacyl. Dicha investigación judicial
trae causa de la denuncia presentada el pasado mes de octubre por el Partido Castellano (PCAS) ante la fiscalía del Tribunal Superior de Justicia por
presuntos delitos de administración desleal, tráfico de influencias, estafa,
malversación de fondos públicos de prevaricación. La base de dicha denuncia no
era otra que los demoledores informes de fiscalización emitidos por el Consejo de Cuentas sobre la gestión de esas cuatro sociedades durante los años 2010 y
2011, donde quedó negro sobre blanco su reiterado incumplimiento de la Ley de Contratos del Estado.
Sede de la ADE en Arroyo de la Encomienda |
A raíz de estas investigaciones judiciales, y
en evitación de posibles percances penales, se comprende que el PP haya
decidido que a partir de ahora el Consejo de Cuentas no meta las narices más
allá de donde resulte estrictamente imprescindible. Se pretende que la llamada Administración
B, tradicional nido de enchufismo, despilfarro y déficit, pueda seguir perpetrando
sus chanchullos con la máxima impunidad posible.
Naturalmente,
Fernández Carriedo no ha sido más que el bienmandado ejecutor de la orden emanada del
Colegio de la Asunción ,
cuyo “ala oeste”, sede de la consejería de la Presidencia , visita personalmente
de vez en cuando para recibir las instrucciones pertinentes. El paladín del
“gobierno abierto” y de la transparencia ha decidido tender un manto de
opacidad y oscurantismo que no hace otra cosa que confirmar el pestilente olor
que desprende esa Administración paralela superpuesta a la de la propia Junta. Ello con el consentimiento de su teórico jefe, el presidente de la Junta y del grupo parlamentario popular, Juan Vicente Herrera.