Aunque se
tiene a Mariano Rajoy por un
político muy previsible, el retraso en diseñar el cartel electoral del PP para
las próximas elecciones europeas está empezando a resultar bastante
desconcertante. Y no para los analistas políticos o para la oposición, que
aguardan la decisión con mera curiosidad, sino para los dirigentes y cuadros de
su propio partido, que no aciertan a escrutar las causas de la indecisión de su
presidente. No se olvide que si el designado para encabezar dicho cartel fuera
un ministro, ello implicaría al menos un cambio en el actual gobierno, que
podría no ser el único si, una vez abierto el melón, Rajoy aprovechara la
ocasión para introducir un reajuste algo mas amplio.
En cualquier caso, lo de lanzar una precampaña electoral sin saber
quienes son los candidatos es una situación ciertamente atípica. Ramón Jaúregui, el ex ministro que ha
recalado en el numero dos de la candidatura socialista, se malicia que dicho retraso
puede formar parte de una estrategia del PP orientada hacia una campaña
electoral de baja intensidad, sin verdadero interés en estimular la
participación en las urnas.
Ello no se compadece con llamadas a la movilización
como la realizada por el partido en Castilla y León, donde Juan Vicente Herrera ha pedido a los suyos que se trabajen el voto
ciudadano como si de unas elecciones municipales y autonómicas se tratara.
Mariano Rajoy |
Estrategias aparte, la no candidatura europea
del PP conlleva dos mensajes implícitos a cual más alejado de cualquier
voluntad de regeneración democrática y acercamiento de la política al ciudadano.
El primero de ellos es la naturalidad con la que todos admitimos que la elección
del candidato del PP constituye una facultad personal de Rajoy, o sea, un “dedazo” en toda regla, que
los órganos del partido se limitan a formalizar. O lo que es lo mismo, la
naturalidad con la que seguimos aceptando la falta de democracia interna en los
partidos (en el PSOE, muchas primarias en el horizonte, pero de momento la
elección de Elena Valenciano ha sido
tres cuartos de lo mismo).
El otro mensaje es que la personalidad, el perfil
propio del candidato resulta perfectamente irrelevante. Se da por entendido que
la gente vota la marca del partido, independientemente de quien la ponga cara,
nombres y apellidos. No hace falta aportar un plus de credibilidad y solvencia
personal. Con tal de que no genere un rechazo añadido, vale cualquiera. Es la
negación más absoluta tanto del sistema de primarias internas como de las listas
abiertas. Y mientras las bases del partido traguen, no será el aparato del PP
el que va a renunciar a ese gran resorte de poder interno consistente en
confeccionar las candidaturas a su antojo, máxima garantía de gratitud y
fidelidad al dedo benefactor. Al menos, mientras el electorado lo siga
consintiendo.
En las pasadas elecciones generales irrumpieron en Castilla y León cuatro candidatos “cuneros”, tres del PP y el ex ministro socialista Antonio Camacho, sin que el electorado se inmutara. Dos de ellos concurrieron por la misma provincia, la de Zamora, circunscripción que tiene una larga tradición al respecto. José María Ruiz Gallardón, padre del actual ministro de Justicia; el ex ministro de UCD José Manuel Otero Novas; y, más recientemente, el cansino Gustavo de Arísteguí, fueron ilustres diputados “zamoranos”. El último, Víctor Cavo Sotelo, hijo del ex presidente del Gobierno, no ejerció ni un mes su representación parlamentaria, ya que, al ser nombrado Secretario de Estado, tuvo que renunciar a su acta de diputado. Junto a Camacho, los otros dos “cuneros” de la quinta de 2011, Pedro Ramón Gómez de
Aunque se trata de una figura muy denostada,
sería injusto no reconocer que ha habido "cuneros" que han sabido
ganarse el aprecio y consideración de la provincia de acogida, mejorando de
lejos la representación “autóctona”. No es el caso de ninguno de los de esta
última quinta, pero sí lo fueron en su momento los de Loyola de Palacio y María
Teresa Fernández de la Vega ,
quienes elevaron, y mucho, el nivel de representación política en
Segovia.
Miguel Ángel Cortés |
Este control férreo de los aparatos de los
partidos sobre las listas electorales es el que convierte en papel mojado el
principio constitucional que exime a los parlamentarios de cualquier mandato
imperativo. En la práctica aquel que se salta la disciplina de voto se sabe condenado
al ostracismo dentro del partido. Si lo sabría el senador leonés Juan Morano, quien, tras desmarcarse
del PP en el conflicto de la minería, se apresuró a abandonar la militancia
antes de que el partido emprendiera un procedimiento disciplinario contra él. Y
en lo que se refiere en concreto a Morano, al tratarse de un político amortizado, cabe dudar si habría hecho gala de la misma independencia si hubiera
tenido aspiraciones de seguir en el convento…