jueves, 20 de marzo de 2014

Pendientes del dedo de Rajoy

Aunque se tiene a Mariano Rajoy por un político muy previsible, el retraso en diseñar el cartel electoral del PP para las próximas elecciones europeas está empezando a resultar bastante desconcertante. Y no para los analistas políticos o para la oposición, que aguardan la decisión con mera curiosidad, sino para los dirigentes y cuadros de su propio partido, que no aciertan a escrutar las causas de la indecisión de su presidente. No se olvide que si el designado para encabezar dicho cartel fuera un ministro, ello implicaría al menos un cambio en el actual gobierno, que podría no ser el único si, una vez abierto el melón, Rajoy aprovechara la ocasión para introducir un reajuste algo mas amplio.


 En cualquier caso, lo de lanzar una precampaña electoral sin saber quienes son los candidatos es una situación ciertamente atípica. Ramón Jaúregui, el ex ministro que ha recalado en el numero dos de la candidatura socialista, se malicia que dicho retraso puede formar parte de una estrategia del PP orientada hacia una campaña electoral de baja intensidad, sin verdadero interés en estimular la participación en las urnas. 
Mariano Rajoy
Ello no se compadece con llamadas a la movilización como la realizada por el partido en Castilla y León, donde Juan Vicente Herrera ha pedido a los suyos que se trabajen el voto ciudadano como si de unas elecciones municipales y autonómicas se tratara.

 Estrategias aparte, la no candidatura europea del PP conlleva dos mensajes implícitos a cual más alejado de cualquier voluntad de regeneración democrática y acercamiento de la política al ciudadano. El primero de ellos es la naturalidad con la que todos admitimos que la elección del candidato del PP constituye una facultad personal de Rajoy, o sea, un “dedazo” en toda regla, que los órganos del partido se limitan a formalizar. O lo que es lo mismo, la naturalidad con la que seguimos aceptando la falta de democracia interna en los partidos (en el PSOE, muchas primarias en el horizonte, pero de momento la elección de Elena Valenciano ha sido tres cuartos de lo mismo).

 El otro mensaje es que la personalidad, el perfil propio del candidato resulta perfectamente irrelevante. Se da por entendido que la gente vota la marca del partido, independientemente de quien la ponga cara, nombres y apellidos. No hace falta aportar un plus de credibilidad y solvencia personal. Con tal de que no genere un rechazo añadido, vale cualquiera. Es la negación más absoluta tanto del sistema de primarias internas como de las listas abiertas. Y mientras las bases del partido traguen, no será el aparato del PP el que va a renunciar a ese gran resorte de poder interno consistente en confeccionar las candidaturas a su antojo, máxima garantía de gratitud y fidelidad al dedo benefactor. Al menos, mientras el electorado lo siga consintiendo.


Antonio Camacho
En las pasadas elecciones generales irrumpieron en Castilla y León cuatro  candidatos “cuneros”, tres del PP y el ex ministro socialista Antonio Camacho, sin que el electorado se inmutara. Dos de ellos concurrieron por la misma provincia, la de Zamora, circunscripción que tiene una larga tradición al respecto. José María Ruiz Gallardón, padre del actual ministro de Justicia; el ex ministro de UCD José Manuel Otero Novas; y, más recientemente, el cansino Gustavo de Arísteguí, fueron ilustres diputados “zamoranos”. El último, Víctor Cavo Sotelo, hijo del ex presidente del Gobierno, no ejerció ni un mes su representación parlamentaria, ya que, al ser nombrado Secretario de Estado, tuvo que renunciar a su acta de diputado. Junto a Camacho, los otros dos “cuneros” de la quinta de 2011, Pedro Ramón Gómez de la Serna y Pablo Casado, siguen ocupando sus escaños por Segovia y Ávila, cobrando los tres además el sustancioso plus de 1.823 euros mensuales asignado a los diputados que en teoría residen fuera de Madrid.

 Aunque se trata de una figura muy denostada, sería injusto no reconocer que ha habido "cuneros" que han sabido ganarse el aprecio y consideración de la provincia de acogida, mejorando de lejos la representación “autóctona”. No es el caso de ninguno de los de esta última quinta, pero sí lo fueron en su momento los de Loyola de Palacio y María Teresa Fernández de la Vega, quienes elevaron, y mucho, el nivel de representación política en Segovia.

Miguel Ángel Cortés
Por el contrario, no son pocos los diputados y senadores elegidos en su provincia de origen a los que no se les conoce iniciativa parlamentaria de ningún tipo relacionada con su circunscripción. Algunos de ellos residen permanentemente en Madrid, como el incombustible diputado vallisoletano Miguel Ángel Cortes, y de otros se desconoce incluso su paradero, caso de su paisano el senador Santiago López Valdivielso, aquel que fuera director general de la Guardia Civil en el gobierno de José María Aznar.

 Este control férreo de los aparatos de los partidos sobre las listas electorales es el que convierte en papel mojado el principio constitucional que exime a los parlamentarios de cualquier mandato imperativo. En la práctica aquel que se salta la disciplina de voto se sabe condenado al ostracismo dentro del partido. Si lo sabría el senador leonés Juan Morano, quien, tras desmarcarse del PP en el conflicto de la minería, se apresuró a abandonar la militancia antes de que el partido emprendiera un procedimiento disciplinario contra él. Y en lo que se refiere en concreto a Morano, al tratarse de un político amortizado, cabe dudar si habría hecho gala de la misma independencia si hubiera tenido aspiraciones de seguir en el convento…

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